Un Buda y una montaña
Uno de los puntos más conocidos de Hong Kong -o tal vez más recomendados para los visitantes- es la estatua de Tian Tan (Buda gigante). Esta construcción enorme ya me gustaba, mucho antes de conocerla en persona, gracias a una foto donde su imagen podía apenas divisarse tras la bruma. Sin embargo, mi primer encuentro con esta escultura fue en una mañana completamente despejada, con muchísimo sol y calor.
De todas maneras, los treinta y cinco grados de ese día no fueron impedimento para que, pacientemente, subiéramos los 268 escalones que separan al Buda del primer peldaño ubicado en la base (aclaro una cosa: he subido montañas peores).
En la cima de la montaña, un grupo de estatuas más pequeñas -que sostienen en sus manos elementos que parecen ofrendas- rodean silenciosamente al gran Tian Tan.
Llegando al templo -o bien saliendo, según el punto de vista que se quiera adoptar-, es posible apreciar la dimensión total del Buda, así como el profundo sentimiento de paz que emana de su rostro tranquilo. No sé que significado tendrán sus manos, que me recuerdan las de los Cristo pantócrator, y que -sin indicar sagradas trinidades- invitan a las personas a adentrarse en algún secreto misterio del mundo oriental.