Por las afueras de Hanoi
En un momento del viaje, vimos como los pasajeros se dieron vuelta -en efecto dominó- hacia un lugar, mientras estiraban y doblaban sus cuellos para que sus ojos llegaran hacia un punto indefinido. El conductor y su ayudante no quisieron quedarse afuera y también se distrajeron. ¡Mirá!, exclamaban todos en vietnamita. Como pudimos entenderlos perfectamente, nos dimos vuelta y nos encontramos con la siguiente procesión.
Cada peregrino llevaba una flor de loto, pero era difícil saber dónde se dirigían. La procesión parecía no tener ningún líder, aunque si alguien que lo apantallaba.
De repente -como si nada-, una figura emergió de detrás del guardarrail. Se levantó por un momento y se agachó nuevamente, como si fuera a besar el asfalto.
Mientras tratábamos de sacar fotos y entender que estaba pasando, los curiosos se detenían -a los dos lados de la ruta-, para enterarse de los acontecimientos.
Finalmente, llegamos a destino. Un lugar raro, con una laguna, casas, cultivos, una edificación de estilo ruso (que nunca supimos lo que era), un chofer tratando de decirnos de todas las maneras posibles que ese era el final del recorrido y nosotros tratando de decirle que volvíamos para el centro porque sólo estábamos paseando. Cara de resignación y risas del chofer (que por suerte volvía al centro y no nos dejó en los límites de Hanoi) y una vuelta por otro camino, bastante similar al primero.