Cruzar de Laos a Camboya: un relato de frontera
Finalmente, llegó el día que decidimos dejar Las 4000 Islas y cruzar de Laos a Camboya. Por eso, junto con Catherine, navegamos el río en una de las barcazas tradicionales. Del otro lado, nos esperaba una costa que ya conocíamos y la sensación de haber terminado una etapa importante del viaje.
Todo parecía tranquilo: una empresa de viajes, una lista de precios, algunos turistas que se iban, otros que llegaban y una chica que preguntaba por los precios de las islas. De repente, éramos cinco personas las que íbamos a viajar y todos estábamos esperando al aire libre en una mesita de madera. Comenzamos a intercambiar opiniones, hasta que llegó el acompañante del autobús. Nos pidió los pasaportes, nos entregó los formularios de ingreso a Cambodia y nos dijo que la visa costaba 28 dólares.

Al principio, dudamos un poco (si darle o no los pasaportes o si pagarle), pero al final, junto con los otros viajeros, decidimos hacerlo. Llegada la hora y subimos a un minibús. Cuando llegamos a la frontera, el ayudante se bajó de la camioneta y nos dijo que lo esperáramos. A los diez minutos, volvió con los pasaportes y la visa, nos los entregó, subió a la minivan y pasó la frontera, dejándonos a los cinco turistas solos y abandonados.
No teníamos mucho tiempo para pensar, así que intentamos hacer decisiones en grupo. La primera idea (acertada) fue cruzar la frontera caminando e intentar averiguar algo en un autobús que estaba estacionado del otro lado. No había ningún conductor a la vista, aunque si un grupo de españoles muy enojados porque les habían hecho lo mismo: los habían abandonado en la frontera y no querían subir a ese coche porque habían pagado por un servicio mejor. Esperamos un poco, hasta que por fin llegó el conductor. Le mostramos los pasajes y nos dejó subir sin problema.
Casi al final, hubo otra parada, también para comer y descansar. Sin embargo, algunos viajeros abandonaron el trayecto y se lanzaron en moto a la aventura (tres o cuatro turistas en motos manejadas por camboyanos). Esta parada era más amigable con la comida, aunque sólo compré agua y algo de pan porque no sabía cuanto tiempo iban a estar allí. En ese parador, también había un mercadito donde se vendían especias y frutas y donde pude ver una de las costumbres más extendidas en toda Cambodia: armarse una hamaca paraguaya en cualquier lugar y tomarse una siestita eventual. Tres o cuatro horas más tarde, el autobús llegaría finalmente a Phnom Penh, la ciudad capital. Lo que sucedió allí, ya es otra historia.