Mundos paralelos: por el barrio chino de George Town

De paseo por el barrio chino de George Town

No se sabe hasta que punto es cierto que el aleteo de una mariposa en Hong Kong puede causar una tormenta en sus antípodas. Sin embargo, no se puede ignorar que, ya sean bifurcaciones azarosas o decisiones vehementes,  existen momentos decisivos que transforman el transcurso de la historia.
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Entrada al barrio chino de George Town
Si pensamos en China, podemos decir que es un país ha sufrido casi todos los cambios posibles de destino. Sin mediar palabra, cayeron dinastías, cambiaron repentinamente los sistemas sociales y políticos, y se experimentaron los vaivenes de un régimen que nunca antes había acontecido en otro lugar.
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Restaurante en el barrio chino de George Town
Entre todo esto,  a mediados del siglo XX,  sucedió un hecho que permanentemente parece reescribirse en cada lugar del mundo: el intento abrupto por borrar toda huella posible del pasado, que trajo consigo la destrucción masiva de libros, templos, edificios y obras de arte.
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Casas típicas en el barrio chino de George Town
Sin embargo, hubo otro hecho, de aquellos que implican más decisiones que azares repentinos, que evitó que la destrucción de un legado cultural fuera menos abrupta:  la emigración, en el siglo XIX, de muchos habitantes de suelo chino a Malasia. Llevaron consigo, sin darse cuenta de que  cargaban un tesoro, trozos de su cultura y de su historia. Y no sabían que ese tesoro, que quedaría silenciosamente guardado en una ciudad extraña, sería luego un testimonio de todo lo que sería derribado en su lugar de origen.
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Dos dragones nos miran en el barrio chino de George Town
Por eso, el barrio chino de George Town es un paralelo atemporal de un momento preciso de  la historia de 5000 años de China. Se conserva, casi igual que en el siglo XIX, entre otras cosas, gracias al propósito de la comunidad china de Malasia de mantener las cosas tal como fueron la primera vez que sus antepasados llegaron a tierras vecinas. En parte es posible, aunque en parte no, porque el devenir del tiempo es inevitable y la modernidad (que viene de la mano de carteles y de vehículos) va dejando su huella.
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Puerta y faroles nos miran en el barrio chino de George Town

Este «barrio chino»  es muy diferente a sus pares de otros países, cuyos portales de columnas grises y leones se mezclan con señales coloridas y publicidades de todo tipo. Es sobrio y silencioso. Nadie parece querer vender nada y no hay carteles de neón a la vista. Sólo nos acompaña la presencia discreta de sus habitantes.

Nos damos cuenta de que estamos en el barrio chino de George Town, después de ver las primeras casas con puertas que parecen pintadas a mano. Algunas tienen detalles escritos en caracteres, pero todas son simétricas (puertas dobles con una ventana a cada costado). Luego de caminar un rato,  vamos a un restaurante pequeño (el único que encontramos abierto a eso de las cuatro o cinco de la tarde). No es  despampanante, no tiene rojos o dorados estridentes dentro, y su arquietectura recuerda los años 30. Sus dueños, sin ningún apuro, nos sonríen y nos ofrecen un menú sencillo (sopa de tallarines, pedacitos de carne y algunas opciones más). Hablan con nosotros un rato y luego continúan la conversación con alguien que habita la casa trasera.

A la salida, casi todo está cerrado. Aunque es un día de semana, parece un domingo a la tarde. A pocas cuadras,  encontramos una bicicleta solitaria, llena de flores y con sombrilla, especial para pasear turistas. Sin embargo, no hay nadie cerca ofreciendo taxi o algo por el estilo. Es como si el siglo pasado estuviera también presente en una burbuja rodeada por un silencio imaginario. Afuera, los vehículos, con su trajín cotidiano, parecen ignorarla.
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¡Esta bicicleta sin dueño nos dice adios!

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